La dulzura de la madurez
La fruta, que en principio fue flor hasta convertirse en fruto, sufre la metamorfosis que modela la propia naturaleza con sus elementos de luz, frío y calor. Esto me ha hecho observar con cierta curiosidad, que todo este proceso tiene un gran parecido con la propia existencia humana, aunque ésta, gracias a Dios, no suele ser tan corta, ni perecedera como la fruta. No obstante, tienen en sintonía la polinización, la frescura de la juventud en flor, el verdor de la adolescencia, y la madurez, donde la fruta ha llegado a su cenit, consiguiendo a esas alturas, su máximo esplendor de color, apariencia y sabor.
Centrándome sólo en el último periodo de la madurez, el hombre, dispone del jugo dulce de la experiencia, y el color refulgente de la sabiduría que las diversas épocas de florescencia, evolución y crecimiento le han ido suministrando, tanto en pigmentación, dulzor, textura, como en carnadura.
El hombre y la mujer, en su estado óptimo, pueden constituir una biblioteca andante, un cofre que guarda un rico tesoro del conocimiento y un archivo que custodia todo tipo de virtudes.
Conversar con esas personas mayores es todo un placer, pues, suelen transmitirte paz y seguridad, y una extraña, pero agradable sensación de renovación espiritual, al tiempo que sientes cómo al despedirte, te llevas las baterías cargadas de optimismo y esperanza.
Tengo que confesar la felicidad que siento durante esas charlas, donde mi interlocutor desea voluntariamente transferirme sus conocimientos adquiridos en la universidad de la calle, del campo, del mar, del trabajo... Consejos cuarteados por profundas cicatrices rubricadas por recuerdos tristes, y en otras ocasiones, felices. Estos manuales impresos de oratoria, te lo regalan como copias de la Biblia, caligrafiadas en letra gótica por sabios monjes cartujos a manera de advertencias para la vida extraídas de experiencias vividas, que intentan despejarte las piedras del camino donde ellos han tropezados muchas veces. Esta gente madura, conservan también un baúl vacío para almacenar las ausencias de los rencores, odios o envidias; La bondad es su fuerte y esa generosidad les permiten ahuyentar toda clase de maldades por ellos sufridas, que a sabiendas del daño que producen, las funden en el crisol de su amor y sabiduría, para ser convertidas en esperanzadas virtudes reparadoras; cualidades llenas de sinceridad, moralidad, modestia y honradez, susurradas pausadamente en un tono de voz calida y directa, con la contundencia de la palabra esculpida, tallada y grabada como excelentes artesanos del taller del conocimiento. Estas personas adultas y mayores en general, pretenden continuar en el candelero, sintiéndose útil a la sociedad dentro de un justo y merecido protagonismo.
Despreciar la conversación de esta buena gente, es una perdida incalculable de valores irrecuperables para nuestras vidas, pues, las palabras de los mayores llevan implícito decenas de años gozados y sufridos, que como libros de texto, hay que estudiar pausadamente su contenido. Pero por desgracia, en la mayoría de los casos no se les tienen en cuenta y en vez de permanecer en nuestra retina intelectual esos libros vivientes, se van deshojando con el tiempo hasta desaparecer irreversiblemente arrastrados por el viento del olvido...
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De izquierda a derecha: Andrés Castellano Capote (83 años), Pedro Martín Bejarano (85 años), Manuel González Celi (79 años) y Manuel Real Merino (84 años) |
La transmisión del conocimiento hasta la época medieval no se realizaba a través de libros, pues estos no existían tal y como los conocemos hoy. Había tablillas de arcillas, papel encerado, pergaminos, pizarras, inscripciones en piedras, etc. pero en verdad, hasta que Johann Gutenberg, en 1438 no inventara la imprenta, los conocimientos se pasaban de padres a hijos, y de maestros a aprendices, mediante la narración y la oratoria. Esto era tan eficaz, que en la actualidad disponemos de mucho conocimiento de nuestros antecesores gracias a ese tipo de transmisión oral.
Curiosamente hoy, en este mundo de la cibernética donde los adelantos existentes contienen unas posibilidades inimaginables para registrar cada segundo de nuestra historia actual, sin embargo, tristemente no los ponemos al servicio de esa parcela histórica que se nos escapa, que no capturamos, ni nos hacemos receptores del conocimiento intrínseco que amalgaman nuestros mayores y que tanto nos podría ayudar.
Seguro que nuestros nietos nos achacarán tan negligente dejadez, puesto que los que vengan detrás se darán cuenta en un momento dado, que habrá una gran laguna en muchos episodios de nuestra historia contemporánea al no habernos preocupado, ni interesado en recopilar las experiencias de nuestros mayores; las canciones, el folklore, las costumbres, las herramientas, los métodos de producción, la cocina ancestral, los tradicionales envasados, la fabricación de productos, la elaboración, etc. etc. e incluso las propias vivencias se perderán para los restos, ya que éstas no aparecerán archivadas en ninguna biblioteca pública... Por eso decía, que los mayores son hoy como libros andantes y desperdigados que se van perdiendo a lo largos de los pasillos del tiempo sin dejar rastro para los que nos precedan.
A lo mejor esta reflexión da pie a que los organismos competentes sientan esa preocupación en recuperar y recopilar las amarillentas hojas manuscritas que aun nos quedan en las residencias de ancianos, en los hogares de la tercera edad, en los centros de día, o sentados en los bancos tomando el sol en cualquier jardín, en cualquier calle, en cualquier plaza...
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24 de Abril del 2018

Sopa de tomate tradicional
Sopas

Garbanzos con langostinos
Hortalizas, legumbres y arroces

Besugo al horno
Pescados

Croquetas de la abuela niña
Varios

Potaje de acelgas
Hortalizas, legumbres y arroces

Papas rellenas de Bujalance
Varios

Sopaipas cordobesas
Postres y dulces

Torrijas sevillanas
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