Los pollitos y los Reyes Magos

Pronto, en el silencio comenzó a escucharse un repetido: Tú, tú, tú… y pequeños intervalos y pausas entre un tú y otro, que significaban, que algunos de los jornaleros se quedaban en blanco, no siendo elegido para trabajar aquella jornada.
Ese día me acompañó la suerte y fui seleccionado; tenía el pan asegurado, pues, para juguetes no me llegaría, pero al menos Ana mi mujer y mi hija María, comerían una sopa caliente por la noche. Luego, como regalo le contaría un cuento, hasta que María se quedara dormida.
Colgué mi azada sobre el hombro y tomé la capacha de empléita, que contenía media boba, un trozo de tocino, una navaja, la petaca con medio cuarterón de picadura, un librito de papel de fumar y un encendedor de mecha, y unido con los otros siete compañeros elegidos, nos encaminamos hacia el cortijo “Vaina”, el cual distaba del pueblo, entre doce y catorce kilómetros, que tendríamos que hacer a pie, y de la misma manera el regreso, una vez finalizado el trabajo.
Charlando alegremente por la suerte de ser contratados, marchamos por los caminos y veredas hasta llegar al tajo, cuyo manigero nos “espoleó” al máximo hasta finalizar el trabajo, con un solo intervalo de media hora para comernos las modestas viandas que llevábamos consigo y alguna que otra pausa para liar y fumarnos un pitillo.
Estaba anocheciendo cuando emprendí el regreso. A medio camino, escuche cierto alboroto en unas chumberas, me acerqué y vi a una gallina atrapada en un lazo para cazar conejos, la cual se encontraba prácticamente estrangulada, mientras a su alrededor, media docena de amarillentos pollitos piaban hambrientos y asustados.
Solté a la moribunda gallina de la trampa, pero ésta ya no respondía, por lo que opté por acabar con su sufrimiento a filo de navaja, y tomando los pollitos en mi capacha -que comenzaron de inmediato a comerse las migajas de pan sobrante- reemprendí el regreso, aprovechando el tiempo en desplumar la gallina mientras caminaba.
Como podéis imaginar, Ana se llevó una extraordinaria sorpresa, pues aquella noche de Reyes podría comer carne. Así que mientras me aseaba en un perol de zinc con agua del aljibe del patio, mi mujer tomó las vísceras, cortando además, tres filetes de la pechuga del ave (toda la gallina era mucho para un solo guiso), por lo que, con varias patatas que le quedaban del guiso anterior, preparó una suculenta cena para los tres.
Cuando acabamos de cenar, Ana, mi hija, se abrazó a mí, pidiéndome que le contara un bello cuento de Reyes Magos. Entonces creí el momento de entregarle mi custodiado regalo, por lo que le pedí que trajera mi capacha, la cual colgué en el patio para que no se percatara de la sorpresa que le aguardaba.
Cuando María abrió el capacho, dio un tremendo grito de sorpresa y alegría, pues no podía creerse semejante regalo. Con los ojos encendidos se agarró a mi cuello y me cubrió de besos, indicándole que me había encontrado con Sus Majestades cuando volvía del trabajo, y que éstos me habían rogado que le entregara los pollitos como regalo, a sabiendas de que los cuidarías y mimarías.
Aquella noche María se olvidó de la narración del cuento, porque los pollitos, dentro de una caja de cartón, ocuparon toda su atención, prefiriendo jugar con ellos, dándole de comer en la mano, pequeños migajones de pan mojados en agua hasta, bien entrada la madrugada, que, ante la insistencia de su madre, Marta se fue a la cama, naturalmente, con sus cinco pollitos dentro de la caja de cartón, la cual arropó con su manta. A los pocos minutos, Marta, con la cara risueña de la más feliz de los mortales, dormía placidamente abrazada al regalo maravilloso que le habían traído los Reyes Magos de Oriente.
Tanto Maria, como su madre, y yo, a pesar de los muchos años transcurridos, jamás hemos olvidado aquel providencial milagro, como la más extraordinaria e inolvidable historia de los Reyes de Oriente, que como Magos que son, nos brindaron la más mágica noche jamás vivida, donde pudimos cenar, como hacía tiempo que no hacíamos, y nuestra hija, consiguió cinco preciosos juguetes, que, como un cuento, en vez de narrárselo, lo vivió en primera persona.
Felices Reyes a todos, en el Día de la Epifanía del Señor.
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24 de Abril del 2018

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